Me dijiste que te gustaba la
cuca bien abierta, tanto como la mente de Dios. Me dijiste que las plantas ya
no iban a ser verdes, sino rojas, plateadas, algunas igual al oro. Me dijiste
que esperabas de mi florecer, pero me rociaste todo el día con tu inadaptada
situación.
Escuchá! La ciudad te llama.
Pendejo. Como quisiera que tuvieras las nalgas más paradas y a setenta o un
metro del suelo para poder lamerte el ano cada vez que me arrodillo pidiéndote
disculpas. No te olvidés de mi y de mis insistencias que te alegraban las
noches y las felicidades de siempre. Dejá tu fugacidad, fútil cuerpo que ya no
me desea, pero que sigo queriendo con las fuerzas de mis intestinos. Porque
algo es cierto: nunca te quise con el corazón, siempre con las tripas, allí hay
más realidad.
Siempre tuyo, Allen
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